Los miedos vencidos ( A short story)
“El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo.-Nelson Mandela.”
Leer escuchando: wings to freedom, Philips Wesley. Pincha aquí para escucharlo
Samuel se levantó, como todos los días, antes que el sol deambulara entre las montañas. Madrugaba desde hacía más de diez años, rutina necesaria para afrontar las largas horas de esfuerzo emocional a las que dedicaba prácticamente todo el día.
Abrió la ventana de la habitación de par en par. - Viento del norte, gracias por estar-, dijo para sí, aún con los ojos cerrados y respirando profusamente mientras desperezaba. Bajó las vetustas escaleras oliendo al café impregnado en Aroma de Brasil que todas las mañanas le preparaba Alfred, su secretario, chofer, confidente y amigo particular que le acompañaba desde que su vida cambió llegando un inusitado éxito que le hizo plantearse una nueva estrategia vital aunque no era nada nuevo para él, el cambio y la evolución le acompañaban desde tiempos inmemoriales.
-Gracias Alfred, pero no hacía falta, yo me lo puedo hacer.
-Ya sabe que no me molesta nada, - comentó Alfred mientras vertía el humeante café en una taza de porcelana Villeroy & Boch. -Tiene un resumen de la prensa digital y también he seleccionado mensajes y cartas que debe contestar de sus seguidores…
-Puede esperar, hoy me apetece correr por el bosque, hace una madrugada perfecta-. Samuel se tomó el café a pequeños sorbos mientras escuchaba los grillos aún cantar en el porche de la casa. Se calzó sus zapatillas, su equipación de running y se lanzó a correr por el bosque. Aún la luna acompañaba con su halo de luz por lo que decidió emprender el camino más largo.
La casa la había comprado cinco años atrás, aprovechando una buena oportunidad de inversión en plena crisis. A él le había ido bien; con su segundo libro superó todas las previsiones de ventas: Traducido a más de veinte idiomas, la prensa especializada lo había bautizado como “el coach de las oportunidades”… “Este joven coach, astuto y brillante nos ofrece una mirada limpia sobre la posibilidad de evolucionar sin dejar de ser uno mismo. Su mensaje nos transmite esperanza universal” escribió Nick Gateway en el New York Times. Ahora, viajaba por el mundo impartiendo conferencias sobre “el poder del cambio, más allá de nuestros límites”. Llenaba auditorios y escenarios, era una nueva celebritie de la motivación.
El bosque caducifolio era abrumador, inmenso, arrebatadoramente bello. En esta temporada otoñal, un manto de hojas secas aterciopelaba el suelo. Samuel corría como si le fuera la vida en ello. Su respiración era acompasada rítmicamente por sus manos, sus piernas y el oxígeno de su cerebro. Tenía que superarse, que mejorar la marca. Era una lucha constante la que mantenía consigo mismo. Quería demostrarse a sí mismo que no era una estafa, que predicaba con el ejemplo, que todo lo que contaba en sus conferencias lo llevaba a cabo. Pero no lo sentía así.
Samuel guardaba en secreto como la ciudad de Shangri –La su ubicación, su verdadero ser, su cara desnuda frente a sus debilidades. No podía permitir que la gente, los seguidores, lectores, la prensa, el mundo del coaching supiera…Que era un hombre con miedos.
Toda su vida había tenido miedos: miedos infantiles, miedos irracionales, miedos latentes, miedos indescriptibles, miedos viscerales. Por eso, pensaba de sí mismo que era un estafador emocional, un impostor, un mago que hacía trucos en el escenario con las palabras aunque, momentos antes de salir al escenario, su cuerpo temblaba, su corazón se revolucionaba, el sudor le impregnaba la cara.
Esto había ocurrido la última vez en el Madison Square Garden ante miles de seguidores que aplaudían su salida al escenario. Mientras la música de Michael Nyman sonaba como preludio de su show se quedó petrificado, aterrorizado, los focos le alumbraban y no podía ver a su público que vociferó un silencio absoluto ante la imagen de su ídolo. Su cuerpo se paralizó, su corazón bombeaba a mil por horas. El análisis le había llevado a la parálisis. “Ataque de pánico” le había diagnosticado su terapeuta. La prensa lo anunció como “El coach de la palabra se queda mudo”. Se tomó unos meses sabáticos para recuperarse, ahora estaba en su casa de campo, tranquilo, meditando, leyendo, saboreando el placer de no hacer nada. Sólo correr, necesitaba generar endorfinas naturales a través del esfuerzo físico, y el bosque era su mejor aliado.
El camino que recorría no era el usual, se adentró en un espeso paraje que no sabía a dónde le conduciría. El olor de la hierba mojada por el alba era sutil y embriagador. Sus pasos dibujaban un camino entre las hojas secas. Aumentaba el ritmo, aceleraba la carrera. Debido a la concentración que llevaba no se percató del gran socavón que le predecía. No le dio tiempo a reaccionar, su cuerpo se derrumbó animado por la inercia de la gravedad, dando vueltas sobre sí mismo hasta que chocó contra un suelo acolchado por los efectos de un otoño adelantado. Estuvo varios minutos desmayado. Lo despertaron los truenos de lo que se preveía una prometedora tormenta.
Sus ojos se entreabrieron mientras las primeras gotas de agua se adentraron en la retina. Lo que comenzó de forma sincronizada, se convirtió en una sinfonía de lluvia. Estaba en una ratonera, el agua caía a raudales, se comenzaba a encharcar la oquedad en la que estaba tumbado encontrándose sin fuerzas para levantarse. Comenzó a ser consciente de su situación y del fatal desenlace. Pensó en los momentos vividos, en los miedos acumulados a lo largo de su vida, a la eterna batalla librada durante más de cuarenta años para no sentir que el miedo le había vencido…Y lloró, lloró como solo una persona es capaz de hacer, con los ojos y su alma, con la boca llena de saliva que no podía tragar. Se acordó de su madre, de los cantos y nanas de tantas noches en el zaguán de su casa, del olor a madreselva del patio andalusí, de los cuentos que su padre inventaba en noches insomnes por el miedo.
Gritó al viento del norte –PERDÓN- perdonándose a si mismo por aquella batalla librada sin fundamento durante tantos años. Acababa de darse cuenta que llevaba una vida huyendo del miedo y que ahora ya no lo sentía, estaba en paz consigo mismo porque había comprendido que el verdadero miedo que experimentaba era a la libertad de ser libre para sentir. Ahora, que era dueño de sus propias emociones, aceptaba su destino y estaba en paz consigo mismo. Siguió gritando –PERDÓN- tan alto que el sonido reverberó expandiendo su energía hasta un olmo maduro arraigado sobre la fosa que dejó caer una de sus ramas hasta sus brazos. Con la fuerza de saber ahora quién era y lo que sentía, se asió por la rama con toda su alma hasta que salió de lo que, momentos antes iba a ser su tumba.
Samuel, acuclillado y con las manos ensangrentadas, miró al cielo….Y volvió a dar las gracias al viento del norte.
El miedo lo había salvado.